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Nacionales

PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA – Ignacio de Loyola, tenía mucho de empresario y más de místico

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.

Ignacio de Loyola desborda todos los marcos, pero hay dos que nos ayudan a comprenderlo.

   Primero, tenía mucho de empresario, me explico: adecuaba de manera realista los medios a los fines. En una Europa obsesivamente suspicaz, conservar la buena fama propia y de los compañeros requería responder a toda acusación plenamente. Cuando le acusaron en Roma, no le bastó que proclamaran su inocencia, fue personalmente a ver a Paulo III y no paró hasta que la autoridad competente diera un fallo y se registrara oficialmente.

    Consciente de los desmanes turcos en el Mediterráneo, a través de Jerónimo Nadal, S.J., el 6 de agosto de 1552 le presentó a Carlos V los motivos para organizar una gran armada para acabar con este flagelo y una lista de 10 posibles fuentes de financiación del proyecto, el papa incluido. En Roma montó una asociación para buscarles trabajo a las muchachas que querían dejar la prostitución y otra para los huérfanos. Convencido de que los sacerdotes diocesanos alemanes constituían una de las claves para que floreciera el catolicismo, fundó un seminario en Roma para garantizarles una formación de calidad.  A los compañeros enviados al Concilio de Trento, les instruyó por escrito cómo hablar, dónde vivir y cómo debatir.

    Y segundo, era un místico. La mayoría de nosotros le pedimos al Señor: –dame fuerzas para llevar adelante mis proyectos–. Ignacio le pedía: –dame proyectos–. Dos momentos claves en su vida fueron espirituales. Mirando el río Cardoner en cerca de Manresa, se le abrieron los ojos interiores y empezó a ver nuevas todas las cosas. Mientras se preparaba a su primera misa, Ignacio le pedía a la Virgen: — ponme con tu Hijo–.  En la Storta, cerca de Roma: “vio claramente que Dios Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo” (Autobiografía No. 96). La noche del sábado 23 de febrero, 1544, Ignacio sentía que el mejor argumento para no apoyarse en los recursos humanos era porque seguían a Jesús y este “ser de Jesús” era obra de la Trinidad, como “cuando el Padre me puso con el Hijo”.

Ignacio era empresario y místico, pero Paulo IV ni lo tragaba, ni lo masticaba.

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