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MIRANDO POR EL RETROVISOR – El réquiem a un virus que sigue vivo y escribiendo epitafios

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Cuando el Covid-19 alcanzó su punto más crítico  -y lo digo más bien en función del miedo que generaba- una de las imágenes más elocuentes de que estábamos en presencia de un enemigo sumamente peligroso, era ver al personal médico que asistía a los enfermos forrado de pies a cabeza con un traje que apenas permitía ver sus ojos.

Un centro para atender a pacientes con el nuevo coronavirus en la Marina de Boca Chica no pudo instalarse porque generó un repudio intransigente de los residentes en ese municipio. Nadie quería tener a infectados en su entorno, eran los nuevos bichos de la sociedad.

Lavarse las manos se convirtió en un rito, la mascarilla parte de la indumentaria y el distanciamiento físico una necesidad tan imperiosa como alimentarse.

La población acató el confinamiento, toques de queda y otras medidas restrictivas como un mal necesario, todo por preservar la salud y hasta la vida.

Las cifras de muertes y contagiados se multiplicaban vertiginosamente, y en igual medida se incrementó el pánico colectivo ante un virus implacable y aterrador.

Había un miedo real y justificado.

¿Qué ha cambiado respecto al mortal virus que comenzamos a padecer desde marzo del año pasado?   Casi nada, salvo que actualmente estamos vacunando con rapidez a la población, comenzando con el personal médico que ha estado en la primera línea del combate al virus, quienes tienen alguna vulnerabilidad y los de avanzada edad.

La semana pasada el mundo llegó a 150 millones de contagios y a 3,1 millones de muertes por el virus, que continúa causando estragos, con demostraciones de una fiereza sin parangón en países como India, donde se registran un promedio de 350,000 contagios cada día, y Brasil, que ya superó los 400,000 decesos.

Según reseñó el pasado viernes la agencia de noticias AFP, el número de nuevos infectados diarios ronda los 820,000, un nivel sin precedentes desde que se registraron los primeros casos de la enfermedad en diciembre del año 2019, en la ciudad Wuhan de China.

En nuestra media isla esas cifras ya ni siquiera inmutan. Cada día se usa menos la mascarilla en las calles, el distanciamiento físico perdió de repente utilidad y pocos higienizan sus manos como al principio de la pandemia.

Todo pese a que la ocupación de camas Covid aumenta cada día al igual que la tasa de contagios, en un momento en que baja también considerablemente la cantidad de pruebas realizadas para detectar infectados, el mejor termómetro para saber cómo impacta el letal virus y hacia dónde orientar las medidas preventivas.  

Cada día estamos más encaminados a una reapertura total de la vida cotidiana y de las actividades comerciales, henchidos de valor ante un virus y sus variantes que siguen al acecho de los desprevenidos.

Mientras escribía estas líneas recordaba esa canción del compositor Alberto Cortez en la que le dice a su amada que la quiere “Como el primer día”.

Y así discurre la vida, como esos días antes del Covid, al son de esos versos del cantautor argentino: “Con esta alegría con que voy viviendo … Con la algarabía de un tamborilero … Mi soberanía”.

Lamentablemente estamos cantándole el réquiem a un virus que sigue tan vivo y escribiendo epitafios, como el primer día.





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