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MIRANDO POR EL RETROVISOR – Cifras que deberían apenar

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El ser humano tiene una fascinación por las estadísticas, porque permiten evaluar el desempeño y al mismo tiempo son un instrumento valioso para definir planes y proyectos.

Pero las estadísticas no siempre son confiables ni retratan la realidad.

Por eso, incluso, en el campo de los deportes, ha cambiado mucho la forma de evaluar el rendimiento de un atleta. Ahora se llevan, además de las estadísticas habituales, aquellas que miden lo que antes era intangible.

Por una sencilla razón, en béisbol, por ejemplo, un jugador con un toque de sacrificio o una jugada defensiva, pude ser más determinante en la victoria de su equipo que un compañero que disparé cuatro imparables en igual cantidad de turnos.

En una entrevista que le realicé en marzo de 2013 a la educadora Ligia Amada Melo, cuando era ministra de Educación Superior, me confesó que le apenaba mucho observar graduaciones masivas, porque estaba consciente que el 50% de esos nuevos profesionales no estaba en condiciones para acceder al mercado laboral.

Y una decepción mayor sufren quienes realizan estudios de post grado en el exterior, porque regresan sobrecalificados y no logran empleos donde reciban sueldos acordes con los conocimientos adquiridos.

Hay una fascinación por las cifras que enorgullecen a quienes dirigen instituciones públicas, pero que en muchos casos deberían provocar más desilusión que alegría.

Una muestra, también en el plano educativo, es la reciente denuncia de que millones de libros permanecen en los almacenes del Ministerio de Educación, porque quedaron desactualizados y nunca llegaron a las escuelas.

Hay otros tres ámbitos donde algunas cifras generan más pena que gozo: La salud, los feminicidios y la pobreza.

Precisamente, el jueves pasado conversaba con la avezada periodista Doris Pantaleón, con una amplia experiencia dando cobertura a temas de salud, a quien pedí su opinión sobre la situación actual del sector y lo resumió con la siguiente frase: “República Dominicana es un país enfermo”.

¿La razón? Las autoridades se ufanan de la cantidad de consultas, cirugías, análisis, estudios, entrega de medicamentos y otros servicios ofrecidos en los centros de la red pública, cuando todos esos “logros” apuntan a una salud centrada en la curación, en lugar de la prevención.

Precisamente, la semana pasada Doris escribió un reportaje sobre la Unidad de Cuidados Intensivos inaugurada hace cinco años en el hospital público de Monte Cristi, pero que aún no está funcionado por la falta de médicos intensivistas. Una UCI que ha quedado en un número más, sin ninguna utilidad.

Igual pasa con respecto al drama de los feminicidios, objeto desde el pasado 8 de abril de una atención especial por el asesinato de la comunicadora Chantal Jiménez, de 25 años, a manos de su expareja.

Con regularidad, la cantidad de mujeres llevadas a casas de acogida, los hombres sometidos a charlas en el Centro de Terapia Conductual y las órdenes de arresto emitidas contra potenciales feminicidas son las estadísticas a las que apelan las autoridades para demostrar la efectividad de la lucha para disminuir esos crímenes.

Pero resulta que una casa de acogida es temporal y, cuando la mujer regresa a su hogar, de nada le sirve la terapia que recibió el hombre que la considera un objeto de su propiedad y la orden de arresto en su poder emitida por las autoridades. Al final, termina engrosando la fatídica lista de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas.

Las autoridades que suelen declararse “conmocionadas” cuando ocurren estos sucesos, son las mismas que no ocultan su satisfacción si en un año el número de feminicidios es menor que en el anterior, cuando lo que realmente debería estremecer la conciencia nacional es que tan solo una mujer caiga por estos repugnantes crímenes.  

Con respecto a la pobreza, solo hay que fijarse en la felicidad que irradian presidentes y sus funcionarios que manejan las políticas sociales, cuando anuncian un aumento en la cantidad de tarjetas Supérate -antes Solidaridad- entregadas, así como bonos en Navidad, Semana Santa, Día de las Madres y otras fechas especiales, pero también para el gas y la electricidad, cuando eso es sinónimo de que más personas están cayendo en la pobreza o pobreza extrema.

Las estadísticas en ese sentido que deberían dar lugar a pavonearse serían por sacar cada año a más personas de esos programas sociales, mediante la generación de empleos dignos que les permitan satisfacer sus necesidades básicas, sin estar atados a las dádivas gubernamentales.

Como sociedad deberíamos comenzar a tomar las cifras y estadísticas con pinzas, para evitar que nos sigan embobando con algunos números que al final se convierten en un pésimo maquillaje que oculta incompetencias y fracasos.

En lo personal, siempre he recibido las cifras con mucho recelo. Uno no sabe si un “récord histórico” terminará como esos libros de texto anunciados quizás en aquella ocasión con “bombos y platillos”, pero que al final quedaron desactualizados y ahora ni siquiera sirven como papel higiénico.

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