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EL DEDO EN EL GATILLO – Dormir con el párpado abierto
Rubén Martínez Villena fue un abogado y poeta cubano, comunista, que predijo su muerte por tuberculosis, ocurrida en 1934.
“Yo moriré prosaicamente de cualquier cosa
¿El estómago, el hígado, la garganta, ¡el pulmón!?),
y como buen cadáver descenderé a la fosa envuelto en un sudario santo de compasión”.
(Canción del Sainete Póstumo, 1922)
Sin embargo, su celebridad no llegó por vías políticas o literarias. Lo hizo famoso una polémica con el reputado Ministro de Estado, intelectual y senador Jorge Mañach, quien lo llamó “poeta”.
Villena fue un militante cegado por las ideas de Lenin. Su gran virtud fue no pensar en la trascendencia de su obra, sino en la anhelada redención social de su país.
“-Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores interesa la justicia social-con esa respuesta, quedó estampado su debate con Mañach.
Desde finales del siglo XIX comenzaron a bullir en América Latina las ideas exóticas. Sin embargo, con el paso del tiempo, intelectuales como él jamás imaginaron el rumbo a tomar por aquella ideología.
Además de predecir su muerte en el citado poema, Villena es autor de un canto inolvidable. Solo le bastaron dos versos para defendernos del conjuro de la noche:
“Ah, la pupila insomne y el párpado cerrado…
¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!”.
Entre Mañach y Villena, lo que equivale a decir, entre la izquierda y la derecha, la doble moral llegaba a la arena como ola gigantesca. Mañach no era comunista, y el poeta y abogado, a su modo de ver, tenía muchas lecturas literarias.
Eran tiempos donde el debate de ideas cobraba altura y enriquecía la opinión pública. Con seres como aquellos se podía abotonar una estrategia sin temor al simple fanatismo.
Pero este escrito no roza la política. No es mi fuerte. No me interesa. Al igual que el poeta cubano, estoy convencido que mis libros y crónicas no son tan importantes como la obra que puedo hacer por la sociedad dominicana que me ha acogido como un hijo.
Si me refiero a Villena y a Mañach, pudiera mencionar también a otros como ellos. Gentes cultas, equivocadas o no, pero sabías en decir y responder con la franqueza del atleta que esgrime su espada para mirar a las alturas con un poco más de lucidez.
Todavía recuerdo el ingenioso simil de un periodista para marcar a un personaje fanático. El “heraldo” en cuestión fue tocado por la pluma antillana. El hombre alcanzó notoriedad por intentar imponerse contra cualquier punto de vista que no coincidiera con el suyo. El articulista lo comparó con una pelota que viajaba de un lado a otro de la cancha, de izquierda a derecha, siempre a merced del viento o del pulso humano, impreciso en sus lances, a pesar de la destreza de sus manos. Las pelotas no siempre pican donde deben, ni salen del terrero cuando mejor se les golpea. Son como la lluvia cuando oculta sus tesoros. Aquella ocurrencia me devolvió a la doble moral en tiempos donde el twitt hace de las suyas cuando los ingenuos viran sus espaldas. O cuando alguien busca cómo encerrar a un ciervo dentro de un lodazal.
Estos tiempos son mejores, o peores. Pero son tiempos nuestros. Dentro de ellos quedará la estrategia de la razón y se abrirá otra puerta menos acuciosa donde los animales viviremos de frente a nosotros mismos, orgullosos de cuevas enrejardas, con lazos o cordeles atados a sus rajaduras.
Llegará el tiempo en que podamos respirar sin el aire enrarecido; el tiempo en que las las grandes lontananzas caerán despedazadas dentro de las tumbas de quienes las crearon.
Tal vez no vuelvan polémicas como las de Villena y Mañach, donde la palabra solo tenía el precio del pensar, pero llegarán otros donde las noticias podrán correr como hormigas por los campos verdosos donde ayer la escarcha hundió los posibles ritos de juntar.
Vendrá la vida vestida de aventura y cabrán los rostros maltratados y las espaldas zanjadas.
Las esmeraldas tocarán a las puertas que hoy se cierran en su cara. Y el mundo, tal vez, será distinto, aunque el hombre siga teniendo solo dos manos, una para dar, y la otra para virar su rostro como quien no se da cuenta del ardid de su otra mitad.