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…y un quemao

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Un ministro envió una carta al pre­sidente de la Repúbli­ca con copia a los medios.

La nota es curiosa, pues en ella se defiende punto por punto de las acusaciones que le hizo una periodista que tiene un programa los sábados.

La comunicadora no tie­ne nombre, y aunque lo pu­so a la defensiva, anónima se queda. O si se quiere, a lo Harry Porter: la Innombra­ble. La ocurrencia resulta interesante, y además intri­gante.

¿Por qué le cuenta al mandatario sus vicisitudes, si el jefe del Estado se supo­ne no tiene vínculo con la comunicadora y ni siquiera habitual de su espacio?

Lo que mandaba el libri­to era que se dirigiera a la no mencionada y desmon­tara la pieza de su infamia, de manera que esta corri­giera su decir o denuncia.

La intención sin duda era otra, y la primera po­nerse donde el capitán lo viera como ejemplo de buen gobierno; pero igual cubrirse de situaciones que no se conocen y conside­ra conspiran contra su alto cargo. Parece que el minis­tro no hizo ni mandó infor­me, como sus pares, y cre­yó conveniente recrear lo que a todas luces son chis­mes.

La circunstancia del día 16 mueve montañas, y las montañas quieren ir a Alá.

De otro modo no se ex­plicaría la elocuencia.

Otro ministro se vio

 obligado a abandonar la poltrona del Palacio Nacio­nal y comparecer a progra­mas de televisión. Lo que no hacía antes, o no de ma­nera frecuente.

Un refrán grafica muy bien su estado de ánimo: “Con candela y puya, hasta el diablo suda”.

Lo tenían alzado de un lado y no le quedó de otra que aparejar del otro.

Aunque era moro y no cristiano decidió enfrentar los leones del circo, se lan­zó al terreno y aparente­mente acalló las gradas.

No está por encima del bien o del mal, pero man­tiene la confianza del Cé­sar, que es lo importante en estos días en que el cambio también deberá cambiar.

Tal vez no de políticas, pero sí de personal.

El mucho afán o cosmé­tica no impiden perder pu­pitre y curso. Alguien sal­drá quemado.

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