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Nacionales

Priorizar el gabinete o el Gobierno

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Federico A. Jovine Rijo

Las legiones romanas fueron el ejército más poderoso del mundo antiguo, y su poder se cimentaba en el valor, la disciplina, la disposición al sacrificio y el espíritu de cuerpo. La cobardía o la insubordinación eran las máximas faltas que podía cometer una unidad militar romana. En esos casos, el castigo no podía ser generalizado, porque en esencia, toda pena comporta un elemento aleccionador que procura, más allá de sancionar la falta, disuadir la repetición del comportamiento sancionado, siendo la decimatio, el más severo y menos usual de todos ellos.

Sometida al pago de un diezmo de sangre, la unidad castigada era dividida aleatoriamente en grupos de diez legionarios, los cuales, sin importar rango, antigüedad, o méritos, tenían que elegir por sorteo a uno de ellos. A continuación, los nueve compañeros debían -con sus manos- infringir la muerte al décimo, a la vista de los demás legionarios, ya sea mediante lapidación o golpes de vara, hasta que su cuerpo quedara irreconocible.

La decimatio purgaba la décima parte del poder de la legión sin poner en juego su efectividad total. Sacrificado en aras de preservar la integridad y eficacia militar, el soldado diezmado moría por un fin superior: garantizar la supervivencia y cohesión de sus compañeros de armas.

La ritualidad con que era ejecutada reforzaba los lazos entre los soldados supervivientes, ya que la muerte de uno de ellos garantizaba la vida del resto, haciéndolos cómplices de un hecho de sangre que los hacía dependientes entre sí, y los obligaba a dar lo mejor en la siguiente batalla.

La decimatio nos recuerda la circularidad de la historia, o lo que es lo mismo, el desafío del partido de gobierno que, pese a ser exitoso en el manejo de la pandemia, la consolidación de un ministerio público independiente, el haber garantizado la soberanía alimentaria, la estabilidad económica y social del país, ahora debe actuar con audacia frente a la actual coyuntura política, la cual está auto organizándose a partir de externalidades jurídicas y mediáticas que obligarán a su liderazgo a estar, una vez más, a la altura de unas circunstancias en donde la palabra “sacrificio” cumple nuevamente su fin, al garantizar la supervivencia de todo el colectivo y su causa, porque como dijo Martí, pensando en última instancia en la justeza de sus principios y la inevitabilidad de su victoria: “Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz”. 

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