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Nacionales

MIRANDO POR EL RETROVISOR – No todo está perdido

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Me dirigía en un taxi, cerca de las 8:30 de la mañana del pasado viernes, a la oficialía civil del sector Gazcue.

En medio del tránsito congestionado y caótico que predomina en la capital, a cualquier hora del día, dos vehículos sin oportunidad de avanzar porque tenían un enorme tapón delante, obstruyeron el paso del taxista que venía por la otra vía de la intersección.

Pensamos ambos lo mismo sobre esta práctica tan común en el día a día del tránsito vehicular. Si no tenían chance de avanzar pudieron quedarse del otro lado y facilitar el desplazamiento de los conductores que circulaban por la otra vía.

“La falta de educación vial”, “el egoísmo”, “no ponerse en el lugar del otro”, “la impaciencia”, “la resistencia a perder unos segundos para ceder el paso”, fueron algunos de los argumentos que afloraron durante nuestra conversación en medio de la frustración.

Hubo tiempo para deplorar también los elevados niveles de violencia en el país, el temor casi generalizado en las calles por la creciente delincuencia y la corrupción a todos los niveles, tanto en el sector público como el privado.

Cuando me dejó en mi destino y tras pagarle por el servicio, el taxista se despidió con una expresión con tinte lapidario: “Don, esto se j….”

Tras una pregunta al vigilante de servicio en la entrada de la oficialía, me indicó una oficina a la que debía dirigirme para la gestión que necesitaba. Y no bien había entrado, cuando un hombre de unos 40 años penetró casi junto conmigo y me dijo: “Señor, cuando sacó el dinero de su bolsillo se le cayeron esos 50 pesos”. Fue el momento en que pagué al taxista.

Le dije cuando salía raudo de la oficina y se alejaba: “Gracias, todavía queda gente honesta”.

Pienso que se retiró tan deprisa para ni siquiera darme la oportunidad de que intentara dejarle los 50 pesos o quizás una gratificación mayor por su gesto que también provocó la sorpresa y admiración de la encargada de la oficina.

Con ella se generó una conversación más optimista sobre el curso del país que la que tuve unos minutos antes con el taxista.

Hablamos de cómo en medio de la falta de valores, la búsqueda constante de la satisfacción individual, la intolerancia y el irrespeto a las normas que garantizan una convivencia pacífica y ordenada, cada persona puede con su accionar convertirse en un ente de cambios.

Pienso que aunque estemos abrumados por la violencia, delincuencia y falta de conciencia ciudadana que nos llenan de tanta desesperanza y desconfianza en nuestro futuro como nación, una golondrina si puede a veces hacer verano y mostrarnos que los buenos ejemplos siembran expectativas de un destino más alentador. 

Cuando concluí la gestión en la oficialía sentí un gran anhelo de reencontrarme con el taxista que me dejó allí simplemente para exhortarle a respetar siempre las normas de tránsito y ser educado, aunque esté rodeado de conductores y peatones imprudentes.

Su comportamiento ejemplar en las vías públicas puede inspirar y propiciar cambios. Y crecer la opinión de quienes piensan que no todo está perdido, en medio de esta vorágine de frustraciones y abatimiento.

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