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La amarga experiencia de un paciente contagiado de Covid

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Desde que una simple prueba Covid da positivo en una persona, el drama comienza a rodar y sus escenas en hospitales y farmacias son de morirse en la víspera.

Lo primero es conseguir un especialista en neumología. Literalmente no hay disponibles. Desde que fui diagnosticado positivo al Covid comencé a gestionar uno, una tarea que en otras épocas es simple, pero en estos días anda complicada.

Me auxilié de amigos como Ynmaculada Cruz Hierro y Severo Rivera para dar con uno.

Ynmaculada, quien también tiene el virus, logró encontrar una neumóloga en un centro médico que “cogía pacientes” por orden de llegada.

Cuando ella llega a las 8:00 de la mañana del martes ya en la lista había 32 personas inscritas para ser atendidas por la doctora. A mí me hizo el favor de anotarme en el puesto 33 y a otro colega, quien también tiene Covid, le dije que fuéramos juntos y le pedí a Ynmaculada que también lo inscribiera (le tocó el turno 37).

Como a las 9:00 de la mañana Ynmaculada me llama y me dice que no tenga prisa, que la doctora no ha llegado y que si soy el número 33 sería después del mediodía que me atendería.

Pasan las horas y nada de llegar la neumóloga.

En eso se le ocurrió a mi colega, quien andaba conmigo en igual situación, “la brillante idea” de ir a otro centro médico cercano a preguntar por si aparecía un neumólogo. En la recepción le dijeron que todos estaban abarrotados de pacientes y que podía hacer una cita para enero si quería.

Entonces nos devolvimos donde estaba Ynmaculada a esperar nuestros turnos, 33 y 37.

Justo a las 12:05 del mediodía sonó la campana: llegó la doctora, llegó la salvación.

Nada más alejado de la verdad. La cantidad de pacientes por atender era gigante. Y cada uno se lleva al menos 10 minutos en ser consultado. Si yo era el número 33, una doctora que se aparece al mediodía, ¿a qué hora me iba a ver? Me imagino que en la madrugada del siguiente día.

Sin embargo, me quedo ahí. Con resignación, procedo a cobijarme de paciencia en una sala llena de Covid y con cierta esperanza de que en algún momento la doctora me viera.

El tiempo pasaba, ya eran las 2:00 de la tarde, y cuando iban por seis los pacientes atendidos, Ynmaculada, que llevaba desde las 8:00 de la mañana ahí esperando, vio que algunas personas que tenían Covid se estaban atendiendo con otra doctora, que no era neumóloga, sino hematóloga.

Ante esa posibilidad, y viendo que la neumóloga no iba a poder vernos en al menos siete horas más tarde, procedimos a consultarnos con la hematóloga que se ofreció porque, como médico al fin, tiene conocimientos de lo que está pasando con el coronavirus y no es “una loca vieja” para recetar sin estar autorizada por esa clínica para algo tan delicado.

Cuando paso mi seguro me dice la secretaria que la doctora no lo toma, pero que me hará el recibo para que reclame a la ARS. Son 4 mil pesos que debí disponer para la consulta. Nunca he entendido para qué uno paga un seguro adicional si cuando va a determinados médicos hay que pagar en efectivo. No me quedó de otra…

Luego de revisar mi estado de salud y proceder a la receta, me mandó al laboratorio para hacerme los análisis correspondientes y la placa del tórax.

Vuelvo a aplicar mi seguro y por suerte ahí sí lo tomaron porque tampoco es que andaba con una cartera forrada de dinero para ir pagando.

Tres horas después, con receta en manos, comienza el periplo farmacéutico.

En las farmacias se supone que están todos los medicamentos que te recetan, pero resulta que no es así. Hay que ir de farmacia en farmacia para conseguirlos uno a uno.

Peor es si se quiere comprar medicamentos con seguro. Eso es una tarea difícil de que tenga un final feliz. Al final mucha gente opta por no usar el seguro y comprarlos directamente de sus bolsillos.

Fui a una farmacia de renombre, ubicada en una plaza comercial, donde la joven incluso hasta terminó refiriéndome a otra red farmacéutica porque no tenían los medicamentos que me recetaron y mucho menos si lo iba a pagar con seguro.

De esa plaza comercial salí y fui a parar a la Charles Sumner, una calle donde hay muchas farmacias de diferentes nombres.

Lo que pasa en esos negocios y su matrimonio con los médicos y las aseguradoras es de película.

Una supervisora no me autorizó un medicamento porque la doctora había puesto, por ejemplo, 750 mg y el 7 se confundía con un 1. Ya por eso quedaba descalificado para optar por el seguro.

INCREÍBLE

La odisea

Si un medicamento se llama Seudal y  la farmacéutica dice que ahí no dice Seudal, sino Leudal, por eso te la rechazan. Y por “cualquier cosita” no autorizan la aplicación del seguro. Me llevé la impresión de que al final quieren que uno simplemente pague y no tenga que acudir al seguro.

De la Charles de Sumner seguí buscando medicamentos, farmacias, seguros, aliento, hasta parar en un establecimiento en la avenida Independencia, ya casi a las 9:00 de la noche, para completar lo que nos faltaba. Un día demasiado largo en medio de malestares, fiebre y deseo de tirarme en la cama hasta el otro día. Por eso mi exhortación a seguirse cuidando.

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