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EL BULEVAR DE LA VIDA – Cátedras de vida

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 Creo que fue Enrique Jardiel Poncela quien escribió, más o menos, lo siguiente: “La mitad de los seres huma­nos emplea la primera par­te de su vida en hacer miserable el resto de ella”.

Tampoco hay que pasarse como don Enrique, pero algo de razón esconden sus palabras. Todos vamos recorrien­do la vida, y recogiendo en ella logros y fracasos, alegrías y decepciones. Pero en los grandes errores casi siempre está presente la ingenuidad, y sobre todo la falta de experiencia, !ay! de esa “inso­portable levedad del ser” de la que nos habla Milán Kundera en su novela.

Quizás, por todo eso es tan frecuen­te la expresión: “Si pudiera vivir nueva­mente mi vida”, que inspiró un conoci­do poema de Nadine Stair, “If I had my life to live over”, atribuido -errónea­mente- a Jorge Luis Borges, lo que im­porta poco, pues dijo don Manuel, el hermano de Antonio Machado: “Hasta que el pueblo las canta, las coplas, co­plas no son, y cuando las canta el pue­blo, ya nadie sabe el autor”.

En las aulas aprendemos matemáti­cas, geografía, pero nadie te ofrece un tallercito sobre las leyes no escritas de la vida, la condición humana y sus mi­serias.

Y así, te recibes de agrónomo, soció­logo, periodista o politólogo, pero de cómo ser un buen padre, un buen hijo, un buen compañero, nada. Nada que nos ayude a caminar por este laberinto sin luz, ¡ay!, por este bulevar de sueños truncos, de utopías mal heridas, de ro­sas e intrigas, de espinas y flores, ado­quines de la Zona, mezquindades de in­vierno y caricias de un verano que es la vida.

Ahora que el ministro de Educación, Roberto Fulcar, me ha vuelto a hablar de unas cátedras magistrales de ciuda­danos ejemplares que sobre el arte de vivir y otros aspectos de la exisrencia serán ofrecidas a los estudiantes de to­do el país a partir de este año escolar, uno acude entonces, al poema que nun­ca escribió Borges, pero qué importa: “Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores.(…) Tomaría muy pocas cosas con seriedad. (…) Viajaría más liviano, comenzaría a andar descalzo a princi­pios de la primavera y seguiría descalzo hasta concluir el otoño. Daría más vuel­tas (en Salinas), y allí contemplaría más amaneceres, si tuviera otra vez la vida por delante. Pero tengo 85 años… y sé que me estoy muriendo”.

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