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REMINISCENCIAS – Día agridulce, este de las Madres

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Marino Vinicio Castillo R.

Lo sentí como nunca antes; no estaba jun­to a doña So­gela como en otros tiempos. Cuando fui a su tumba, recién abier­ta, me abatieron los re­cuerdos. Llegué a la con­clusión de que no podré luchar contra su ausencia.

Junto a los hijos ora­mos y pensaba cuán inútil resultarían las palabras para describir sus virtudes y dar una idea siquiera del hueco que deja.

Al regresar a la casa va­cía encontré una mano amiga que me allegara su último artículo en el Listín Diario. Solía hacerlo en el tiempo sagrado de la Se­mana Santa y éste, que deja una estela visible de su fe, lo envió cuando su corazón amenazó fatiga.

Leerlo, la explica, espe­cialmente para mí, que fui testigo de su abnegación. Hoy abuso de la amabili­dad de este diario y quie­ro reproducirlo como una maravillosa reminiscen­cia:

DAR GRACIAS A DIOS EN TODO TIEMPO

Por: Sogela Semán de Castillo

23 de Noviembre 2015

“Recientemente estu­ve interna porque mi ritmo cardíaco se redujo mucho. Me sentí desfallecer y per­der las fuerzas. Afortuna­damente llegué a tiempo al hospital y me estabilizaron.

A los días siguientes salí del país acompañada de mi hijo Juárez, su hija, mi pre­ciosa nieta Lourdes Virgi­nia, y mi hija Sogela María.

Por la gracia de Dios se abrieron todas las puertas y lograron hacerme una ci­rugía sencilla para ponerme un marcapasos que, gracias a Dios, solucionó de inme­diato mi problema.

En esos días en que estu­ve enferma, le pedí al Señor que me diera fortaleza para soportar lo que tuviera que pasar y que me sanara, si era su voluntad.

A pesar de estar lejos de la mayoría de mis seres que­ridos, pasé 17 días atendi­da por parte de esos ángeles míos que me cuidaron con tanto amor y me acompaña­ron en todo momento. Con­té también con la bendición de estar acompañada por al­gunos sobrinos adorados que viven en los Estados Unidos, los que me llenaron de amor, aún lejos de mi tierra.

Imploré al Señor, como siempre lo he hecho, esta vez para que me permitiera regresar a mi país con felici­dad.

Dios ha sido misericor­dioso conmigo en todos los tiempos. Esa es una reali­dad, lo he sentido en mi co­razón y a mi lado siempre. Doy fe de su presencia y de su inmenso poder. Como fa­milia nos ha concedido tan­tos milagros; ha sanado con su amor y su preciosa san­gre muchas dolencias de mis seres queridos y nos ha librado de la muerte.

No tengo manera de agradecerle a Dios todas las bendiciones que me ha dado. Un esposo maravi­lloso que puso en mi cami­no hace 64 años, cuando apenas era una jovencita. Junto a él, Dios me dio la bendición de tener mis hi­jos, a quienes inspiró e ins­truimos en los valores más preciados de la fe, de la honestidad y la solidari­dad. Ellos han seguido el ejemplo digno de su padre de amor por nuestra Pa­tria, así como de vocación de servicio y de lucha de­cidida y valiente por los in­tereses más altos de nues­tro país.

Doy gracias a Dios, día por día, por esos cuatro hi­jos; dignos, amorosos, sa­nos y unidos por un amor entrañable, que les ha he­cho permanecer, como uno solo, en paz y armonía, jun­to a nosotros. Me llena de satisfacción y de orgullo verles y apoyarles en su em­peño común de luchar por una sociedad y un mundo mejor.

También les agradezco por mis nietos maravillosos a los que amo con todas las fuerzas de mi corazón. Por esos sobrinos, primos, en fin, he sido bendecida gran­demente con esa familia y esos amigos maravillosos que Dios me regaló.

Por todo ello, este día tan especial de Acción de Gra­cias quiero hacer pública mi gratitud a mi Dios. A nues­tro Señor Jesús que está con nosotros, Omnisciente por­que conoce nuestros cora­zones y Omnipotente por­que es el Dios del mundo y el que todo lo puede.

Sé que tú que me lees, con sólo mirar a tu lado, encontrarás razones que te harán sentir, al igual que a mí, tu corazón rebosante de alegría y de gratitud a ese Señor nuestro Poderoso, Misericordioso, que los ama de manera incomparable e infinita; que se desvive por agradarnos y por bendecir­nos.

Hoy les invito a todos los que aún no le han abierto las puertas de su corazón al Señor Jesús, a hacerlo. La vida de su Mano es maravi­llosa. Él es quien le da ver­dadero sentido a nuestra vida; nos da la luz en el ca­mino, la fortaleza y la espe­ranza que necesitamos pa­ra vencer las batallas de la vida. Con Él todo lo pode­mos. Encomendemos nues­tras vidas al Señor y demos gracias a Él, en este día es­pecial y en todo momento.”

Desde luego, al visitar­la me encontré con mis dos Madres muertas y pu­de comprobar, en medio del pesar, cierto consuelo al de­jar a mi esposa en su com­pañía.

Son éstas, operaciones del alma. Así, no tendré que decir como el Byron inmor­tal:

“Junto a una cruz, al expi­rar un día,

Una pobre mujer, de an­gustia llena,

Sus lágrimas vertía.

Dolió a mi corazón su amarga pena,

Y ante el sepulcro de la madre ajena

Lloré la muerte de la ma­dre mía…”

En fin, fue agridulce este Día de las Madres sin doña Sogela. Tengo allí mis tres madres juntas. Recé con mis hijos y me despedí con un Hasta Pronto.

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