El Fallo histórico de la Suprema Corte Federal de Brasil anulando las dos condenas que pesaban en contra del ex presidente “Luiz Inácio Lula” da Silva”, pondría al exmandatario en libertad en las próximas horas y, posteriormente, recuperaría todos sus derechos políticos, ya que también se le había inhabilitado para ejercer cargos públicos por más de siete años que le restaban de condena. Ahora bien, tras la absolución de los cargos de Lula, se replantea una nueva situación hacia el futuro electoral de esa gran nación. Independientemente del cuestionamiento a Lula en relación con su padrinazgo de los consorcios económicos, que han afectado sensiblemente a nuestro país y otras naciones, hay un hecho político indudable que es el derecho a su defensa, inhabilitado ese derecho por razones electoreras y politiqueras. EL consorcio “Odebrecht” lesionó sensiblemente nuestra economía y convirtió a nuestro país en la sede del entramado más corrupto de la historia latinoamericana contemporánea. Recuerdo al sacerdote brasileño Frey Betto, decirme hace algunos años, en la “Conferencia por el Equilibrio del Mundo” convocada por el Consejo Mundial José Martí y la UNESCO, del cuyo Consejo soy uno de sus Vicepresidentes, que estaba decepcionado con Lula porque no reaccionaba contundentemente contra las acusaciones de perjuro y tolerancia con grupos mafiosos. En su opinión, había un proceso regresivo porque no se ha había desarrollado una política sostenible, no había una reforma estructural, agrarias, tributarias, presidenciales, políticas. Se encauzaba una política buena pero cosmética, carente de raíz, sin fundamentos para su sustentabilidad. Y me confesaba entonces al referirse a Brasil, que esperaba que “no pasara lo peor, el regreso de la derecha marcial al poder”. Agregaba que “el consumismo y la corrupción estaban matando la utopía en pueblos de nuestra América, porque la gente no tenía perspectivas de sentido altruista, solidario, revolucionario de la vida”.
Si Lula es inocente en cuanto a las acusaciones que se le levantaron para evitar que fuera candidato presidencial y mandarlo al presidio, entonces ese hombre podría volver a ser presidente del Brasil, ese gigante geográfico, social y cultural del continente. José Ernesto Oviedo defendía su honestidad a rajatablas y ponía como ejemplo que la condena que finalmente lo inhabilitó fue un bodrio, donde se vieron claras la ausencia de pruebas y las componendas. El gordo Oviedo me presentó a Lula y varias veces conversamos. El último día de la “Conferencia por el Equilibrio del Mundo”, le tocó a Lula hablar. Y para mi sorpresa, cuando se dirigía a los presentes, frente a 800 delegados, preguntó en voz alta: ¿Raful dónde está el gordito Oviedo? Yo lo señalé y el Gordo orondo y feliz, dijo “aquí Presidente”.
Cuando el Gordo Oviedo agonizaba, recibió varias llamadas, oía pero no hablaba, el médico de cabecera le dijo a su compañera, que Oviedo podía escuchar aunque no articular palabras, y que eso le hacía bien. Cuando Lula se enteró hizo una llamada telefónica, donde le dijo desde la cárcel, “Gordito no te mueras, vas a vivir y me vas a acompañar al Poder”.
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