Escríbalo: el gusto por la historia se desarrolla leyendo textos interesantes. Hace años, Luis E. Montalvo Arzeno, me recomendaba: — lee a Stefan Sweig, Momentos Estelares de la Humanidad (disponible en la web)–. En pocas páginas Sweig presenta, la vida oscura de Lenin en el exilio suizo, y su brillante idea: negociar con el Alto Mando alemán su traslado en un tren sellado a la caótica Petrogrado (luego, Leningrado y hoy, nuevamente San Petersburgo).
Aliada de Francia e Inglaterra, Rusia entró en la guerra contra Alemania, Austria e Italia en agosto de 1914. Llegaría a movilizar doce millones de soldados. En 1915 sus bajas alcanzaban los dos millones. Nicolás II se puso al mando de las tropas dejando el gobierno en manos de la zarina, asesorada por un monje fanático, Rasputín (asesinado, 30-XII-1916).
En enero de 1917, escasean las raciones para los combatientes. En marzo (según nuestro calendario) los obreros de Petrogrado se lanzan a la huelga pidiendo pan y paz. Los soldados enviados a reprimirlos se agrupan junto a ellos formando “soviets”. Dominarán las fábricas. Inicia la fase liberal: el Zar es depuesto, su hermano Miguel dura un día. Le sucede el gobierno provisional regido por el Príncipe Lvov que durará hasta julio. En Petrogrado hay más de 200,000 soldados sin hacer nada.
Lenin alecciona a sus correligionarios con sus tesis de Abril: hay que transferir el poder de manos de los burgueses a los campesinos pobres y los proletarios. La revolución socialista ha de ser extendida a todos los pueblos para derrotar al capitalismo. Los rusos han de entender que los soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario. Hay que constituir una República de Soviets bajo el lema, “Paz, tierra y todo el poder para los soviets”.
Tocaba a los bolcheviques estimular la conciencia popular para colectivizar las tierras. Ahora no interesaba implantar el socialismo, sino controlar la producción y distribución de productos.
Tres análisis equivocados: entonces, Lenin creía inminente una revolución en Alemania. Pronunció varios discursos en aquellos días. Un simpatizante del gobierno provisional evaluó así a Lenin y sus discursos: “Un hombre que habla tantos disparates, no es peligroso” (Mark Almond,1966, Revolution. 500 Years of Struggle for change, 125). En 1942, convencidos de que Hitler controlaría el mundo, los desesperados Sweig se suicidaron.
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