Cuando en 1919 Benito Mussolini creó los Fasci Italiani di Combattimento, usó dos símbolos: un haz de varas, evocando la unidad, rodeando un hacha, figura de la implacable justicia del nuevo orden fascista. Haz de varas y el hacha encarnaban la autoridad de los magistrados romanos republicanos.
Luego de la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918), Italia era una sociedad profundamente dividida. Los sectores poderosos italianos y la clase media vivían bajo un creciente miedo por tres motivos principales. Primero, era evidente que obreros y campesinos italianos avanzaban hacia una mejor organización. Segundo, ahí estaba el ejemplo de Rusia bolchevique, su revolución del 1917, con su guerra civil y la terrible hambruna. ¿Se instauraría un régimen bolchevique en Italia? Y finalmente, en las ciudades y el campo ocurrían frecuentes desórdenes.
El acucioso historiador que fuera R.A.C. Parker, profesor del Queen’s College, en Oxford, estudió aquellos crecientes conflictos sociales de Italia.
R.A.C. Parker contó 781 huelgas locales en1914. En 1919, subieron a 1,800 y en el 1920, 2,000 paros locales afectaron a dos millones de obreros.
Fue en este ambiente de miedos, a inicios de la década del 1920, que el socialista renegado Benito Mussolini se presentó como el líder ungido capaz de salvar a Italia.
En aquella Italia donde todo se discutía, “Il Duce” proponía: “credere, obedire, combattere”.
No eran épocas para razonar, Mussolini apelaba al irracionalismo y llamaba a desconfiar de intelectuales y artistas. No eran tiempos, decía, para andar argumentando, se trataba elegir maniqueamente entre buenos y malos. Según Mussolini, la violencia era “moralísima, sacrosanta y necesaria”, con ella aspiraba a construir la unidad suprimiendo a sus opositores. El Estado controlaría los sindicatos, se acabarían las huelgas. La juventud italiana sería educada para la guerra.
Llegaría a afirmar: “La concepción fascista de la vida resalta la importancia del Estado y acepta al individuo solo en la medida en que sus intereses coinciden con los del Estado […] el fascismo reafirma los derechos del Estado como expresión de la esencia real del individuo […] el fascismo a grandes rasgos, no cree en la posibilidad ni la utilidad de la paz perpetua. Solo la guerra potencia al máximo todas las energías humanas e imprime un sello de nobleza en los pueblos que tienen el valor de afrontarla” (R.A.C. Parker, Historia Universal Siglo XXI, Vol 34, 1974: 179).
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