Hoy la diplomacia para los países tercermundistas es la capacidad de endeudamiento por un modelo económico, que estimula la importación y obstaculiza la producción nacional de bienes y servicios. Navegamos en un mar oscuro, donde pensamos que el desarrollo es crecer en la dependencia crediticia de los organismos financieros internacionales. La diplomacia es sinónimo de desnudez cívica y patriótica. Nuestro estado no ofrece seguridad de inserción a técnicos y profesionales por la proclividad al clientelismo político, amparado en el desproporcional gasto público que desangra el erario. Se practica la diplomacia del servilismo de la dependencia de nuestra economía, que refleja nuestro subdesarrollo mental entendiendo que los foros internacionales nos dan estatura comercial, sin tener lo más importante para desarrollarnos, “la credibilidad institucional”. En el pasado, los acuerdos producto de la diplomacia eran de carácter soberano. Hoy el entreguismo nos devalúa en nuestro poder adquisitivo, endeudando de una manera cruel y lesiva a las generaciones emergentes que deben asumir lo antes posible la innegociable soberanía económica del Estado. En otrora, la visita de Kissinger a Pekín proporcionó “el encuentro del siglo”, una reunión entre Nixon y Mao Tse-Tung, creando distensión en momentos de revolución cultural del proletariado, provocando que los soviéticos aliviaran su presión sobre Europa, producto de la diplomacia.