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OTEANDO – Virus, vacuna y muerte

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El Covid-19 y sus distintas cepas nos han ido metiendo poco a poco en una suerte de obligado acostumbramiento a la muerte. Son tantas las ´personas que hemos visto partir, tantas las conjeturas que se tejen en torno a la enfermedad, a la propia vacuna y sus efectos que hemos pasado, de un mundo en que apenas si de tiempo en tiempo recordábamos nuestra finitud a vivir otro en el que reinan el temor, la inseguridad y la incertidumbre ante ella de un modo permanente.

Antes, la ocurrencia más espaciada de la muerte nos permitía distraernos de ella, pero hoy ante su persistente suceso nos ha privado de esa distracción. Ahora nos mantiene ocupados en su evitación, tomando providencias que no nos importaron nunca, en guardia estéril  ante lo invencible. Ahora es ella quien nos distrae de las cosas que erróneamente creíamos hechas para nuestro eterno deleite

Todos saben mucho y nadie sabe nada. Nadie puede asegurar con certeza si el virus y la misma vacuna nos empujan aceleradamente hacia la muerte o nos libran de ella. Lo cierto es -y no es que tenga una influencia decididamente Kafkiana- que en cada país, cada ciudad, cada rincón  del mundo los humanos estamos viendo partir a nuestros seres queridos sin poder afirmar si por efecto de la enfermedad o por efecto de la vacuna.

Todos hemos tenido que bailar la danza de una indeseada y forzosa complicidad resultado de la ignorancia, pues, a veces parecería que ni la ciencia misma sabe con certeza a qué atenerse. La rapidez con que hubo que inventar vacunas no garantiza nada, pero tampoco se podía optar por la pasividad y la indiferencia. Esto había que intentar frenarlo y es lo que se ha hecho y se seguirá haciendo como gladiadores vendados que desconocemos si nuestro oponente viene de frente o por uno de los flancos.

Pienso que acaso dentro de diez o quince años estaremos en condiciones de opinar con seguridad sobre este mal. He visto a muchas personas experimentar complicaciones posteriores al padecimiento del virus o a su vacunación y ni siquiera por ello me siento convocado a promover que nadie se la ponga o se abstenga de hacerlo. Yo lo hice consciente de que “todo el que emprende una actividad asume los riesgos”. Ahora solo nos queda lo que siempre hacemos, aferrarnos a nuestra fe ante el misterio de lo desconocido.

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