El debate a veces toma tanta velocidad como un tren japonés y se descarrila, con las lógicas consecuencias y colaterales indebidos.
El aborto o las tres causales tienen la virtud de unificar las iglesias y relajar la disciplina de los partidos, o por lo menos del principal.
Nadie sabe cómo el tema llegó al PRM o cómo el PRM se dejó entrampar. Diríase que vía sociedad civil que fue aliada importante en su lucha por alcanzar el poder.
Las deudas se pagan, y nunca mayor nobleza, excepto el pícaro cuyo mantra perverso se justifica por sí mismo: las deudas viejas no se pagan, y las nuevas, se dejan envejecer.
El aborto o las tres causales no han sido hasta ahora un asunto político, como si en otros países. Los partidos se cuidan y el activismo se queda en la calle, y unos tocan pandereta, y otros, tambora.
En el caso del PRM no, y lo peor es que tiene tantas posiciones como escenarios posibles, ganándose mala voluntad de tirios y troyanos.
Se suponía existía un consenso desde el momento que la cuestión fue conocida y discutida en el seno de la Dirección Ejecutiva, su instancia superior.
De ahí iría a las bancadas, y las tres causales serían un clavo pasado. Sin embargo, no es así, y no lo será en lo inmediato.
Una cosa se piensa en el partido, otra en la Cámara, distinto en el Senado, y como en el Congreso Nacional es una causa perdida, las activistas extremas se van a la calle.
Pero no a cualquier calle, sino que montan un campamento frente al Palacio Nacional, símbolo de poder y residencia del Ejecutivo.
Lo que se apruebe, cuando se apruebe, llegará a las manos del presidente de la República, que entonces deberá decidir si promulga u observa.
El aborto y las tres causales son piedra en el camino, y difícil de quitar, y sea cual que sea la circunstancia, deberá chocar.
¿Cómo apartar ese cáliz? Apurarlo no es opción, y sea que decida por la calle o por las iglesias, le cobraran el atrevimiento.