Con frecuencia me preguntan por qué obvio tanto el tema político cuando miro cada domingo por el retrovisor a través de este artículo.
Sencillo, prefiero enfocarme en sectores sin tanto arraigo en los medios de comunicación. Aquellos que como el coronel de Gabriel García Márquez no tienen quién les escriba. Sobre personas tradicionalmente olvidadas, estigmatizadas y vulnerables que anhelan un pequeño espacio para canalizar su dolor y desesperanza.
Quienes me conocen saben también que de los políticos tengo una opinión generalmente desfavorable por la forma en que se comportan una vez llegan al poder. A todo le ven la oportunidad de sacarle algún provecho político-partidista, desde saltar un charco hasta declarar una provincia en estado de emergencia.
Todos parecen cortados con la misma tijera. Para quien está en el poder lo que hizo el anterior es menos que basura y la obra que desarrolla la más brillante de la historia.
Una vez arriba, están convencidos de que el ejercicio del poder será para siempre, atropellan a sus contrarios sin miramientos, perdiendo de vista aquella lapidaria frase del sacerdote, brillante orador y expresidente de la República, Fernando Arturo de Meriño, quien expuso sabiamente que “Tan fácil es pasar del destierro al solio, como del solio a la barra del Senado”.
Y no piensen que estas reflexiones están asociadas a lo que ocurre en el plano local. Para nada, líbreme Dios que me quieran etiquetar de opositor resentido o de bocina del gobierno según sean los criterios expuestos en un momento determinado.
Lo traigo a colación por la situación que enfrenta actualmente la ex presidenta interina de Bolivia, Jeanine Áñez, una abogada, presentadora de televisión y política boliviana que asumió el cargo en medio de una crisis política tras las elecciones del año 2019 en esa nación suramericana.
Áñez se concentró durante el año que estuvo en el poder como presidenta de facto en desatar una cacería política contra el depuesto presidente de Bolivia, Evo Morales, y sus seguidores. Evo fue desalojado del poder por un golpe de Estado que contó con el apoyo del peor secretario general que ha tenido la Organización de Estados Americanos (OEA) en toda su historia, Luis Almagro.
La persecución política sin ninguna sustentación jurídica incluyó la acusación de “terrorismo” y “sedición” contra Morales, quien terminó exiliado en México, mientras Áñez inflada de poder se ufanaba de haberlo convertido en un “cadáver político”.
Los abusos y atropellos alcanzaron un grado tal que la alcaldesa por el Movimiento al Socialismo (MAS), el partido de Evo, en la provincia de Vinto, Patricia Arce, fue sacada de la sede del ayuntamiento y la obligaron a caminar descalza, entre piedras y vidrios, por más de siete kilómetros.
En el camino, Arce fue golpeada, le raparon la cabeza y hasta le arrojaron pintura roja en todo su cuerpo.
Pero lo que menos imaginaba Áñez era que el candidato del partido de Evo Morales, Luis Arce, ganaría un año después las elecciones presidenciales bolivianas con un 52,4% de los votos, dejando de paso muy mal parado con ese resultado el dictamen de fraude del parcial Almagro sobre los comicios anteriores .
La expresidenta interina de Bolivia ha sido arrestada y cumple ahora una pena de cuatro meses en prisión preventiva por el caso del golpe de Estado contra Morales, así como bajo los cargos de sedición y terrorismo.
La tormenta que desató y cuyas secuelas ahora enfrenta es el más vivo ejemplo de cuáles pueden ser los resultados de un ejercicio del poder desmedido y que puede ser tan pasajero como un suspiro.
Y la dispensa por un domingo con tema político.
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