Como pocas veces en toda su historia, República Dominicana ha enfrentado un desafío como el que supone la pandemia del Covid-19, con diferentes etapas, tiempos, y consecuencias económicas -locales y planetarias- que apenas empiezan a avizorarse y que tendrán un impacto político importante. A diferencia de otros aciagos momentos, nunca la sociedad dominicana había estado tan urbanizada, conectada y con acceso a múltiples canales de información en tiempo real. Esto supone importantes desafíos para el Gobierno y para la sociedad.
En efecto, la crisis económica derivada de la crisis sanitaria podría encauzarse hacia una crisis política, en la medida de los resultados de las políticas públicas, las medidas preventivas y de choque que se implementen, y de cómo estas sean asumidas por la oposición y percibidas por la población.
La oposición sería tonta en no instrumentalizar políticamente un escenario inflacionario y el Gobierno sería incauto si piensa que no lo harán. En el medio, desde luego, estará una población agobiada y fácilmente manipulable y una realidad que no necesitará de mucha manipulación.
En esa tesitura, y reconociendo que una mayor conectividad no necesariamente implica una mayor información (y en ocasiones es todo lo contrario), los canales de difusión tradicionales de contenido informativo resultan ineficientes, incluso los previstos por las leyes para dar cumplimiento a los requisitos de publicidad, de ahí que estos resulten insuficientes en términos de comunicación y construcción de legitimidad ciudadana al momento de buscar consensos para nuevas leyes, normas o medidas, y de que, en algunos casos, estas tengan que ser reversadas en ausencia de esta legitimidad previa.
Por eso es importante que el Gobierno, más que informar mediante canales, herramientas y formas tradicionales, logre empoderar a la ciudadanía de sus ejecutorias, y que este ejercicio sea coordinado y con complementariedad recíproca entre todos sus actores.
El 15-F y la Plaza de la Bandera supusieron el acta de defunción de un modelo comunicacional que entendía (y fue exitoso en ello) que el control de la percepción a nivel de opinión pública determinaba la idea de la realidad en la ciudadanía.
Dos años después, intentar contornear la realidad mediante el control del relato es risible. El relato es importante, pero en este contexto la realidad lo desborda, y solo comunicando apropiada y honestamente esa realidad, y haciendo que llegue a cada grupo de destinatarios mediante estrategias comunicacionales diferenciadas se puede lograr el consenso, la aprobación y el endoso ciudadano a las ejecutorias públicas, requisitos indispensables para gestionar el Estado en este tiempo tan convulso.