En todos los tiempos y en todos los pueblos, infinidad de mujeres han seguido a Cristo, como una prueba definitiva de que la necesidad espiritual es de ambos géneros; una necesidad que puede ser satisfecha solo por la gracia y la misericordia del Altísimo. Entre las seguidoras de su época, Jesús amaba, de un modo particular, a Marta y María, hermanas de Lázaro. En ese sentido, Lucas narra un episodio memorable que confirma no solo este cariño especial del Maestro hacia estas amigas, cuyo hogar le brindaba descanso y solaz, sino cómo deseaba guiarlas por el camino recto de Dios.
Cierto día, cuando Jesús se detuvo allí, sucedió algo que significó una gran lección para ambas mujeres, especialmente para Marta. Un buen número de discípulos, al parecer, fueron convidados a comer allí, y Marta estaba afanada en los quehaceres de la cocina. Estaba apurada y turbada, mientras servía apresuradamente.
Entre tanto, su hermana María, desde que Jesús pasó el umbral, se había sentado a sus pies, escuchando, en una especie de éxtasis, sus palabras. En verdad, le ha dado su alma a Jesús, toda su alma.
(function (d, s, id) {
var js, fjs = d.getElementsByTagName(s)[0];
if (d.getElementById(id)) { return; }
js = d.createElement(s); js.id = id;
js.src = "https://connect.facebook.net/en_US/sdk.js";
fjs.parentNode.insertBefore(js, fjs);
}(document, 'script', 'facebook-jssdk'));