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Enfoque – Leonte Brea: El provocador del poder

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Leonte Brea vistió el análisis político con pantalones largos. Pocos como él han dado altura a las teorías científicas.

Su indocilidad y sapiencia han creado una armadura en torno a su personalidad. Es un hombre que roza la leyenda.

Leonte Brea ha enseñado a desconfiar de las clasificaciones, a atender el detalle, a no clausurar horizontes de lecturas, a aceptar la ciencia de la investigación como un perpetuo hecho móvil.

Desde su liderazgo estudiantil, a inicios de los lejanos años sesenta del pasado siglo XX, llegó a las páginas de nuestra historia politológica con su personalidad irreductible y su coraje personal.

Ha retratado a los actores de la vida política nacional dentro de sus propias semejanzas: Ha introducido cada particularidad a la luz del intenso mundo de la ciencia del conocimiento.

Y por universalizar lo nuestro dentro de lo universalizable, su repercusión nos incluye sin desdoblamientos. En un país de políticos, donde la política es también un hobby destinado, tanto al entretenimiento como a la onerosa –a veces dudosa– subsistencia (su legítima función de servicio público), Leonte Brea ha trascendido patologías.

Politólogo, sociólogo y sicólogo, de un tiempo a esta parte abandonó debates circunstanciales (públicos y privados) para concentrarse en su exitosa obra, integrada hasta el presente por “El manejo del poder” (Editora Búho, 1995) y “El político: Radiografía íntima” (Premio Eduardo León Jimenes 2014 al mejor libro del año), así como diversos ensayos difundidos tanto en el país como en el extranjero.

Exhalto a Leonte Brea porque no espero a cambio otra razón que la inmisericordia, el desdén desaprensivo, y hasta la indiferencia profesional.

Asesor por excelencia de políticos, empresarios, militares, amigos y enemigos –de todos los bandos, colores y tendencias–, su hogar es concurrido en busca de asesoramiento: parece una universidad ambulante en tiempos donde la internet fría es suficiente en vez de la lectura impresa.

Puede ser el rey detrás del trono, pero del suyo propio porque –además– ha marcado una empresa ejemplar con su familia para ganarse la vida honradamente, lejos de las fauces del poder y la mendicidad de los suicidas.

Lee de todo. Desde el tratado más complejo hasta la posible novela insignificante: textos al no haber sido fatigados por la crítica, brindan la posibilidad de un acercamiento más libre que los marcados por plumas decimonónicas. Aunque estos –y es bueno decirlo– tampoco los rechaza. Les sabe sacar su jugo. En los libros descubre quién es quién y el auténtico valor de su contexto.

A Leonte Brea le han salido canas revisando categorías y desarmando verdades simplistas: Ha creado espacios de pensamiento. Esas son sus armas porque para escribir “El manejo del poder” no basta la referencia a Fromm, Freud, Platón o Maquiavelo, sino también el propio camino de los clásicos para armar una teoría sólida y brillante.

Como politólogo, busca señales, tanto de sosiego como de templanza para la construcción de la personalidad del político contemporáneo.

El intelectual que recomiendo se esconde dentro de este hombre sabio, lleno de horizontes: El endemoniado pensador, el intrépido polemista, el incansable investigador: El ser humano que no tiene paz con nadie.

El Leonte Brea que permanece en la memoria del tiempo es un cercenador de medianías, incapaz de fabricar azules a su espalda. Es el escritor celoso que, de libro en libro, dibuja su propia dimensión sin importarle el tamaño del abismo a saltar.

A ese Leonte Brea me refiero a esta hora en que más que un comentario de imagen, le otorgo categoría de paradigma. Sus libros y ensayos no se leen de un tirón como aquellos subproductos que motivan el pestañeo ocular.

“El manejo del poder” y “El político: Radiografía íntima”, no son –nunca lo fueron- monografías, término ambiguo y cansón, propio de pedantes. Significan textos decisivos dentro de la escritura humanista. Rompen con la tradición del Tratado propuesto por el género de la politología en nuestros pueblos. El contenido propone reflexiones heredadas de los clásicos y que muy pocos contemporáneos han podido importantizar, sumidos en validar lo invalidable.

Para Leonte Brea, la sucesión del poder tiene secuelas hereditarias e irreflexivas. Sus libros poseen un estilo de lectura que invoca a las grandes mayorías, sin perder un ápice de profundidad conceptual.

Sin grandes complejidades estructurales ni efusivos tecnicismos adjetivados, estamos frente a un pensamiento creativo, hijo de la autenticidad. Son tomos capaces de llegar por sí mismos a distintos niveles de conocimiento por la factibilidad de su lenguaje, similar al de clásicos latinoamericanos como José Ingenieros, Facundo Sarmiento y Eugenio María de Hostos.

Hoy quedan muy pocos sabios continentales (Enrique Krauze y Jorge Castañeda, entre otros pocos, pues Carlos Monsiváis ya falleció), al menos en dimensión de sus obras respectivas y repercusión.

Algunas zonas de la actual politología permanecen a oscuras. En esas obras, salvo honrosas y escasas excepciones, el yo latinoamericano se adorna con metáforas difíciles. Todavía el temor se apropia de una parte importante de la reflexión y obliga al teórico a inmiscuirse en veredas turbias para mantener su exposición y quedar bien con Dios y con el diablo.

Mordazas invisibles y fantasmas irreconciliables aparecen a cada rato alrededor de las computadoras. Los ecos de las dictaduras que arroparon (y arropan) los desgobiernos del presente contra el libre flujo de la democracia ciudadana parecen estar de moda. Ese lastre, junto al simplismo y al pensamiento pobre provoca la ausencia de pensadores ilustres en nuestras realidades.

No existen análisis ni recuentos. Solo notas indirectas en pasajes poco convencionales. Pero el pensamiento de Leonte Brea, sea por lo que sea, es ajeno de tal drasticidad. En su caso, no solo vive la suerte del auténtico escritor, sino la existencia de una alta cultura letrada, autosatisfecha, heredera de sí misma. Y merece ser repensada.

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