En diciembre del 2019, y aunque la brisa mediática se empantanaba en definiciones semánticas sobre si se trataba de una verja o de un muro, esta columna se refería a la importancia de levantar una estructura que en aquel momento definíamos -y seguimos definiendo- como una franja física divisoria entre República Dominicana y Haití que provea mayores niveles de control.
En tal virtud, lo acontecido el pasado domingo, cuando el presidente Luis Abinader, cumpliendo con una promesa nacionalista, dio en la provincia de Dajabón el primer picazo para la construcción de la primera etapa del “muro inteligente”, debe considerarse como un paso trascendental para las relaciones bilaterales.
Y es que lo iniciado, de 54 kilómetros de verja física, 19 torres de vigilancia, 10 puertas de acceso y 54 caminos para patrullaje, aún sin ser una panacea, ayudará a poner orden en temas como la migración ilegal, comercio binacional, el robo de ganado, el tráfico de armas y el crimen organizado. Sin importar de que se trate, no hay manera de lograr orden si primero no se pone control en aquello que se pretende regular, y es precisamente lo que se busca con esta verja física que tendrá en su base un muro de hormigón armado y una estructura metálica de 3.90 metros de altura a un costo de 1,750 millones de pesos. Porque más que una simple infraestructura, el muro en sí es un amplio proyecto de vigilancia que incorporará elementos tecnológicos de punta, logística de comunicación, avituallamiento aéreo y terrestre que junto a otras acciones fronterizas, manda también un necesario mensaje de soberanía y dominicanidad.