Desde mi niñez, soñaba entre ruedas. La primera noticia familiar fue un flamante Biuck Impala modelo 1957. Cuando lo vi parqueado en la puerta de mi casa me froté los ojos con la falsa ilusión de heredarlo alguna vez. Era un “regalo” del amante de mi abuela materna. Mi tio Pancho se apresuraba en llevarla de un sitio a otro en la ciudad. También lo usaba de transporte habitual para sus gestiones profesionales. Creo haberlo montado alguna vez. Al año siguiente, el vehículo se fue volando hacia el infinito y todos en mi casa quedamos a mansalva de los taxis.
En mi adolescencia tuve una bici, un lujo para tiempos de cambio. Pero no la usaba para ejercitarme, ni como medio de transporte. Era mi entretenimiento de fines de semana.
Mis piernas juveniles recorrieron las calles cubanas a diestra y siniestra al igual que las dominicanas desde mi primera visita en 1989.
Durante las escuelas al campo aprendí a timonear encima de un tractor sobre los campos de caña. Pero después de aquellas jornadas volvía a ser un hombre de a pie.
Al graduarme de Derecho, pensé en una recompensa móvil que jamás llegó. No supe que estaba a prueba.
En mis primeros contactos laborales en el Departamento Económico del Comité Central del Partido Comunista y en Comité Estatal de Precio solo encontré vehículos estatales de uso múltiple, con un séquito de choferes a la orden del Jefe de Transporte. Debía pedir permiso para usarlos en funciones oficiales y aquella experiencia fue traumatizante, aunque gocé de la amistad de aquellos conductores que solo intentaban ganarse la vida.
En la Dirección Provincial de Cultura de la capital sucedió algo similar. Me convertí en el andarín de aquellas calles vacías, movidas de vez en vez, por el sonido de los omnibus ruinosos que iban y venían repletos de personas que colgaban de sus puertas como enjambres del absurdo.
Los taxis de entonces, conocidos como “los incapturables”, no se detenían a nuestro llamado y, cuando lo hacían, siempre iban en dirección contraria a la nuestra.
En la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), nunca se vendió un vehículo para los empleados de Nicolás Guillén. Después de su muerte construí una balsa marinera para irme de pesca a doscientos metros de la orilla en busca de proteína animal para mis hijos.
Sí monté aviones pero no para salidas al exterior, sino como forma de trasladar brigadas de escritores y artistas a la montañas de Guantánamo para trabajo social.
Ese fue, a grandes rasgos, mi resumen automotriz en la tierra donde nací.
En Santo Domingo, vivía de calle en calle y de bola en bola gracias a la generosidad de algunos amigos.
Mi primer vehículo llegó, sin desearlo, cuando cumplí la media rueda. Su historia es simpática. Laboraba como Editor en el desaparecido periódico La Nación y a su cierre, cobre mi liquidación. Fue la primera vez que mis ahorros sobre los seis dígitos. Los cambié a dólares y los guardé en un banco a plazo fijo, pero me equivoqué. Cuando traté de salvar aquellos pesos, la moneda se devaluó y solo me entregaron una pequeña compensación sujeta al nuevo cambio que a estas alturas todavía cuestiono su fugacidad: no fue a parar a ningún hoyo.
Me recomendaron un dealer experto y le dije que mi única fortuna era esa cantidad. El hombre me enseño un auto Nissan 1999 azul, reconstruido después de un aparatoso accidente, y me quedé con él. Un amigo me enseño a manipularlo mejor y fue mi protector y guía hasta que obtuve la licencia de conducir. Me sentí un nuevo ser y comencé a viajar de la ciudad a Santiago, a Puerto Plata, a Monte Cristi, a La Romana. Creo que todavía le es útil a alguien. Tuve que cambiarlo por otro Nissan, de marca Versa y negro, modelo 2009. Hace dos años, un dealer amigo me entregó un Kia Río 2013 casi nuevo, a cambio del mío y una pequeña suma adicional.
Sin embargo, esto no me ha impedido mi trasciego de andarín.
A cada rato camino por mi barrio en busca de algún horizonte perdido. Soy un escritor emigrante, y además periodista que respeta su profesión, y la ajena. No quiero saber nada de política. Con mi vehículo Kía Río 2013 de hoy temgp suficiente.
Los sueños a veces convergen en un punto inexplorado, ajeno a la fortuna y al deseo de reconocimiento “social”. Tengo dos dedos de frente. Sé hasta donde puedo llegar. No me las doy de ambicioso, ni de consumista. Mis amigos y colegas saben de lo que les hablo.
(function (d, s, id) {
var js, fjs = d.getElementsByTagName(s)[0];
if (d.getElementById(id)) { return; }
js = d.createElement(s); js.id = id;
js.src = "https://connect.facebook.net/en_US/sdk.js";
fjs.parentNode.insertBefore(js, fjs);
}(document, 'script', 'facebook-jssdk'));