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Nacionales

Ejercicio de autoridad y conciencia ciudadana

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 Con el arresto y casi seguro proceso de extradición a los Estados Unidos del ex­presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, acusado de corrupción y contubernio con el narcotráfico, queda claro que ningún jefe de Estado puede ser into­cable.

En justicia no puede haber distincio­nes a la hora de dictar sentencias contra todo aquel que viole la ley, no importa si se trata de un presidente de la Repú­blica, ejemplo de lo cual se pueden enu­merar varios en América Latina.

El problema es que en democracias su­bordinadas a las manipulaciones de las élites políticas que influyen en los con­gresos y las cortes, la justicia suele chocar con barreras que les impiden tocar a un expresidente o a un presidente en ejerci­cio que ha cometido falta grave.

Algunos, talvez presintiendo que una justicia independiente y decidida los po­dría llamar a capítulo, se abrigan en esos escudos de impunidad e indulgencias pa­ra eludir cualquier sanción, penalidad o el encarcelamiento y la extradición.

Pero ahora luce que los Estados Unidos, que ha hecho de su política anticorrup­ción una prioridad para poder sostener relaciones con gobiernos o mandatarios no manchados por este tipo de desafue­ros, actúa sin paños tibios frente al exgo­bernante hondureño.

Y qué bien que sea así, porque de ese modo manda un mensaje claro a los pre­sidentes y líderes de un país de que no pueden abusar del poder, corromperse ni mucho menos permitir a sus colaborado­res que también se corrompan, tolerando los irrespetos a las leyes.

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