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¿Cómo floreció del árbol tolitaritario?

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 En sus luchas, Lenin no respe­tó lo que vota­se la mayoría; siempre man­tuvo su posición.

El 4 de enero de 1918 se reunió la tan esperada Asamblea Constituyente. En la elección, los bolcheviques solo obtuvieron el 25 % de los delegados. La Asamblea les anuló sus decretos de oc­tubre. Para los bolcheviques era claro que no tenían los votos, pero tenían las botas. Un marinero bolchevique le comunicó al orador: – Señor, ya; ¡acabe! La guardia tiene sueño-.

Como si fueran Madu­ro avant la lettre, los bolche­viques disolvieron la Cons­tituyente y a los pocos días fabricaron otra dirigida por el Comité Ejecutivo Central bolchevique, que redactó el texto de la República Federa­tiva Soviética.

Semanas antes, Martov le había propuesto a Trots­ki que intentara el camino del consenso entre las di­versas fuerzas revoluciona­rias. La propuesta era in­genua dados los intereses e ideologías enfrentadas. Recojamos la respuesta Trotski y las últimas pala­bras de Martov. Trotski le espetó: “Lo que ha tenido lugar”, gritó, su semblan­te pálido y cruel, la voz rica y poderosa, el tono desde­ñoso y gélido, como le des­cribió John Reed, testigo de los hechos, “es una in­surrección, no una conspi­ración… Nuestra insurrec­ción ha triunfado y ahora nos proponéis: renunciad a vuestra victoria, negociad. ¿Con quién?”, preguntó. “¿Con quién hay que llegar a un acuerdo? ¿Con ese pu­ñado patético que acaba de irse…? No hay nadie en Ru­sia que los apoye… No, un compromiso no nos [sirve]. A los que se han ido y a los que hacen tales propues­tas les decimos: ¡sois gen­tes aisladas y tristes; habéis fracasado; vuestro papel ha terminado! ¡Id donde per­tenecéis: al basurero de la historia!” La contestación de Martov es tal vez menos conocida, pero difícilmente menos memorable: “Un día comprenderéis”, acertó a susurrar, mientras abando­naba la reunión, “el crimen en el que estáis participan­do” (J. P. Fusi Aizpurúa, ca­tedrático de Historia, Uni­versidad Complutense, El País, martes 8 de mayo de 1990).

En la Rusia zarista los obreros no decidían nada. En junio, el Partido Comu­nista convocó el Congreso General de los Soviets. Se les negó el “derecho a voto a los nobles, eclesiásticos, pa­tronos y antiguos políticos no bolcheviques.” (Tussel, 2004, 220).

En marzo de 1921, el X Congreso del Partido Comu­nista decretó: quedaban pro­hibidas las facciones dentro del Partido Comunista. La di­rección del partido se volvía incuestionable.

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