En el escenario de la toma de posesión del presidente Joe Biden brilló de manera inesperada la luz de una joven poetisa que, con apenas 22 años, se ha convertido en el símbolo de una generación dispuesta a trabajar para reivindicar el rol fundamental de los jóvenes en la transformación de las instituciones y el fortalecimiento de los cimientos de la democracia, utilizando como plataforma los productos culturales.
El ejemplo de Amanda Gorman demuestra una vez mas que la democracia no es tan solo un Estado de derecho, sino también un sistema cultural; que no se trata solo de normas legales establecidas en un ordenamiento jurídico, sino también de un amplio número de normas sociales, la mayoría sin estar escritas, que permean el comportamiento de los seres humanos que viven en sociedad.
La democracia se alimenta de un conjunto de símbolos que a veces pasan desapercibidos. Si faltaran, generarían un daño irreparable a las libertades individuales y colectivas que hemos conquistado. Lamentablemente, la pandemia del COVID-19 ha resultado en la afectación del derecho fundamental de acceso a la cultura, debido a las restricciones propias del confinamiento y la crisis sanitaria.
Las industrias culturales y creativas no solo aportan al desarrollo institucional y social, también aportan alrededor del 3% del PIB mundial y representan 30 millones de puestos de trabajo en el mundo, de acuerdo con la UNESCO, por lo que también resultan sustanciales para el desarrollo económico.
Si alguna vez en la historia de la humanidad ha habido un momento en el que necesitamos de la cultura y la creatividad, es justamente ahora, en esta pandemia sin precedentes. Los milenial y la generación z, como en su momento lo hicieron otras generaciones, han comprendido a la perfección la necesidad de permear la cultura con los valores que les mueven, y por eso están trasladando su activismo político y social a los productos culturales, amplificados por las tecnologías.
Estas acciones tendrán un impacto determinante en los hijos de los milenials, a quienes desde ya se les conoce como la generación alpha, que sin duda tendrán más capacidad de elección, más oportunidad de capacitación y aprendizaje y un compromiso con la igualdad social.
Hoy más que ayer debemos cuidar y proteger los valores intangibles de la democracia, conscientes de que un país y una nación constituyen obras inacabadas que cada generación tiene la responsabilidad de ir perfeccionando y mejorando, poco a poco, pero con firmeza.
La juventud de hoy tiene la necesidad y el deseo de manifestarse, de que sus voces sean escuchadas y no ignoradas, y para ello, resulta esencial la protección y la promoción de las industrias culturales y creativas como parte fundamental del soporte de la democracia. La poesía no es un lujo, y tampoco lo pueden ser la música, el cine, la fotografía, la escultura, la pintura, la danza, el teatro, y todas las demás manifestaciones del arte, que también deben estar imbuidas de los valores y principios democráticos que enarbolamos como sociedad.
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