Yuval Noah Harari ha escrito algunas de las obras más destacadas de este siglo. En una de ellas habla del futuro de la humanidad y resaltar que, al superar muchos de los retos y obstáculos que aún persisten en nuestras sociedades, los seres humanos nos concentraremos en la búsqueda de tres objetivos fundamentales: la felicidad perpetua, vivir la mayor cantidad de años posibles y disfrutar de juventud constante, mientras estemos vivos.
Pero la catástrofe que ha sido la pandemia del COVID-19, a nuestro parecer, coloca en la lista de prioridades un tema que siempre hemos considerado importante, aunque por diversas razones no ha ocupado un espacio en la lista de prioridades de las políticas públicas. Nos referimos a la salud mental.
Antes de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud había reportado que 264 millones de personas en el mundo sufrían de depresión, que alrededor de la mitad de los trastornos mentales empiezan a partir de los 14 años y el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. Sin dudas, la salud mental es una de las esferas más desatendidas de la salud.
Si bien es cierto que Yuval Noah Harari habla de la búsqueda de la felicidad como propósito de la humanidad, enfocarlo solo desde ese punto de vista podría dejar de lado una parte sustancial del problema, que es el problema médico y las realidades psicosociales que han generado esta emergencia de salud pública de importancia internacional.
Un evento de la magnitud de la pandemia del COVID-19 generan un grado de estrés importante, que se traduce en un factor de riesgo que genera mayores trastornos mentales, neurológicos y por consumo de sustancias psicoactivas, en especial entre los grupos más vulnerables. Para enfrentarlo, no solo se requiere una respuesta desde el punto de vista de apoyo a la población, sino también del acceso a insumos, herramientas, medicamentos, programas de protección social y la articulación entre los actores públicos.
Esta década debe ser la de la búsqueda de la salud mental, porque el confinamiento dejó marcas contundentes en toda la población, generando que 1 de cada 2 jóvenes sintiera menos motivación para realizar actividades, 1 de cada 3 sufriera ansiedad y un 15% reportara depresión.
Todos podemos estar de acuerdo en que hay una necesidad de actuar en relación con la salud mental, tanto para minimizar las consecuencias de un año y medio de una crisis sin precedentes, como para atender las situaciones que ya existían antes de la pandemia.
Lidiar con la pérdida de un ser querido, sobreponerse a la incertidumbre que genera la situación del COVID-19, enfrentar los retos económicos que traen las crisis de esta naturaleza o simplemente tener que adaptarse a un nuevo estilo de vida, son solamente algunas de las situaciones que pueden traducirse en el deterioro de la salud mental.
Muchas veces lo vemos a diario a nuestro alrededor, pero pasa desapercibido por la falta de información. Sin embargo, el país y sus políticas públicas deben enfrentar el reto de la salud mental a tiempo, antes de que sea una nueva pandemia.
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