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POLÍTICA Y CULTURA – Por la cohesión ideológica de la lengua y la Patria

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La figura más importante de la cultura dominicana lo es Pedro Henríquez Ureña, su nombre se multiplica en ensayos, anotaciones, ejercicios críticos,  cátedras exquisitas y obras magistrales. Impulsé dos grandes acciones para solventar  el espacio vacío de un escritor y maestro, cuyas obras impactan y trascienden en la cultura contemporánea de la  América hispana.  Pusimos su nombre   a la Biblioteca Nacional en ceremonia augusta y perenne. Quién si no él, es el símbolo del Maestro más respetado del continente. Todavía hoy,  leer sus ensayos sobre la lengua, adquieren un significado educativo y a la vez erudito. Y en un acto insólito, convocamos a miles de escolares, encabezados por intelectuales dominicanos  para recorrer la calle El Conde hasta llegar al Panteón Nacional con banderas dominicanas y su estampa de  rostro iluminado. La multitud de escolares no iba lanzando consignas políticas, iba defendiendo la lengua española, los valores del castellano, la unidad ideológica la nación. Pocas veces se había visto una manifestación semejante. A este hombre ilustrado, a quien todos los intelectuales de América rindieron homenaje emocionados, el tirano Trujillo intentó sonsacarlo, pero fue inútil.   A raíz de su ascenso al Poder, Trujillo lo designó Superintendente de Enseñanza, que era el equivalente a lo que hoy se conoce como Ministro de Educación. Y cuando se percató de la farsa del régimen, presentó su renuncia y se fue del país para no regresar jamás mientras Trujillo desgobernara la nación. Una de sus hijas, Sonia, a quien invitamos  a una de las Ferias del Libro dedicada a su memoria, me relató una discusión aguda que sostuvo Pedro con su hermano Max en su hogar, cuando Trujillo nombró Embajador en Argentina a Max Henríquez Ureña, con el propósito de atraer a Pedro, cuyo nombre se agigantaba en la cultura hispanoamericana. Pedro le ripostó  a Max esta palabras, que Sonia me dijo textualmente: “A esta casa no vuelvas jamás, si es para hablar de Trujillo, y puedes decirle que no acepto ninguna condecoración ni homenaje de parte de ese señor. Y si me muero en Argentina, queda terminantemente prohibido y así  lo comunico, que mis restos  sean repatriados a Santo Domingo,  mientras ese tirano gobierne nuestra nación”. Lo curioso de esta información es que Max Henríquez Ureña, luego de la muerte de Pedro, intentó repatriar sus restos a Santo Domingo, porque así Trujillo se lo pidió, para  hacerle homenaje, pedimento que su esposa  enérgicamente rechazó de plano.  La esposa  de Pedro, Isabel Lombardo Toledano, estaba considerada una de la mujeres más bellas de México, era hermana de Vicente Lombardo Toledano, socialista que fundó la primera Universidad obrera del continente.  Los aprestos de consolidar la identidad nacional,  forjando las herramientas de los procesos históricos de la lengua y la nacionalidad tienen en Pedro Henríquez Ureña, a la mente más lúcida y penetrante de la cultura dominicana. Su idea de lo que él denominó  la  “intelección” al asociar la Independencia Efímera de 1821, la Independencia Nacional  del 27 de febrero de 1844 y la Restauración de la República  de 1863, en un solo bloque definitorio de  la creación de la Patria como sumatoria del coraje y la dignidad nacional, es un acierto conceptual con validez y sentido acumulativo del sumario  patriótico nacional.

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