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Nacionales

Los escondites de Bosch a la llegada de Caamaño

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A las cinco y treinta de la mañana del lunes 5 de febrero, el profesor Juan Bosch marcó el número telefónico de la residencia de Tonito Abreu, despertándolo de un sueño profundo.

Tonito, te necesito urgente aquí. Ven de inmediato.

Mientras se alistaba para salir, el teléfono sonó otra vez. Un pariente militar, modificando un poco la voz para que no fuese detectada por algún aparato de intervención telefónica, le confirmó que Caamaño había llegado y que se estaba internando con sus hombres en las lomas de San José de Ocoa. Al rato volvió a sonar el teléfono, una y otra vez, de otros amigos que llamaban para lo mismo, dilatando la salida de Tonito hacia la casa de Bosch.

Bosch llamó a su lado a doña Carmen Quidiello, su esposa, y le confió algunas de sus preocupaciones. Bosch había asumido, tras haber recibido el viernes en la noche a un elegante Emilio Ludovino Fernández ataviado con un fino traje de shantung, que el mensaje que le trasmitía a nombre de Caamaño era que éste se adhería a la línea política que por entonces preconizaba el PRD y que consistía en “llevar al gobierno a su propia legalidad”, lo cual se hacía a través de consignas y de manifestaciones o discursos en los que esa demanda era la predominante, por lo que no tendría lógica que al día siguiente se le dijera que ya Caamaño estaba encabezando una insurrección armada, lo que constituía una negación completa de aquella estrategia.

“Él se quedó muy preocupado y pensativo con estos mensajes tan fuera de contexto, porque no estaba preparado para lo que venía, y porque aún tenía la esperanza de que Caamaño se reintegrara de manera normal a la vida política, hasta el punto de que le mandó a decir, y así se lo confió a algunos dirigentes, que estaba dispuesto a apoyar una candidatura presidencial de Caamaño en un combate democrático”, recordaría doña Carmen años más tarde en una entrevista con el autor.

El motivo de este mensaje pernicioso según me dijo doña Carmen era mantener a Bosch desprotegido y sin un plan de clandestinidad, para que fuese la primera víctima, ya que había que sacrificar a dos personas; era una forma de aniquilar a Bosch física o moralmente, acusándolo de la muerte de Caamaño.

Cuando Abreu llegó al número 60 de la avenida César Nicolás Penson, un edificio de tres plantas de las cuales Bosch ocupaba los dos apartamentos del segundo piso como residencia y como oficina, encontró al exrector universitario Hugo Tolentino Dipp- que estaba alarmado, igual que él, por estos insistentes rumores. El expresidente Bosch, que estaba en bata de dormir colando un té en la cocina, le comunicó de inmediato:

Francis llegó. Prepara urgentemente una reunión de la Comisión Permanente. Llámate a Peña Gómez y dile que venga de inmediato.  Tonito sabía que, además de la reunión, tenía que desengavetar y poner en ejecución el plan de clandestinidad de Bosch y de Peña Gómez que se le había encomendado diseñar dos años antes, en compañía de Manuel Ramón García Germán y del periodista Bonaparte Gautreaux Piñeyro, para que en el momento preciso en que se necesitase, estuviesen disponibles las residencias, los vehículos y los códigos secretos de identificación de cada una de las personas que intervendrían en el operativo.

Los hombres del “Estado Mayor” que se habían preparado en China y en Corea del Norte tendrían ante sí, en las horas por delante, el reto de poner en práctica la mayor operación de protección de los principales líderes del PRD, en unas circunstancias imprevistas para muchos de los demás dirigentes de esa organización.

De antemano, se propusieron respetar algunas premisas básicas acordadas con Bosch, como éstas: en las casas elegidas como escondites no podían tener servicio de cocineras ni criadas ni otro tipo de servidumbre; no más de cuatro personas del PRD podían estar enteradas de las ubicaciones de estas casas; no podía haber niños ni gatos; preferían que en las casas viviesen personas solteras y que los escondites estuviesen situados al Oeste de la avenida Winston Churchill, que para esa época no estaban muy urbanizados y las residencias pertenecían a personas acomodadas. En ninguna de estas casas podía Bosch en cualquier momento levantar el teléfono ni hablar a través de él. Tampoco podía abrir las puertas a nadie que las tocase.

La movilización de Bosch se haría en dos o tres vehículos iguales en su marca y su color, aplicando la estrategia del “rebote”, es decir, cambiando a menudo de vehículo. Ninguna persona ajena al proyecto podía ver personalmente a Bosch si éste no lo autorizaba. Siempre tendría que movilizarse detrás del suyo un vehículo con escoltas, por si era preciso enfrentar a tiros a las fuerzas de seguridad.

La mayor parte de estas reglas las dictó el propio Bosch, después de haber tenido una difícil experiencia en la casa de un prominente hombre de negocios de una conocida familia de Santiago, ligada a la medicina, la ingeniería y el ramo de los seguros, cuando una trabajadora indiscreta refirió la presencia de Bosch en la casa a su novio, un sargento de la Policía, que dio cuenta de inmediato a las autoridades de esta novedad. La trabajadora fue despedida y, al igual que ella, durante toda la clandestinidad, aquellas mujeres que trabajaban en las casas elegidas para el escondite, sin saber jamás las razones de su despido o de las prolongadas vacaciones que les concedieron.

Bosch les decía a Tonito, García Germán y Gautreaux Piñeyro, los tres responsables del plan de ocultamiento, que “en la clandestinidad hay leyes muy estrictas que deben observarse al pie de la letra”, aunque “la primera etapa no obedece a ninguna regla, sino a la necesidad imperiosa de escapárseles a los perseguidores, porque si eso no se logra no podrá haber clandestinidad”.

Extracto del libro

“Bosch, noventa días de clandestinidad”, escrito por Miguel Franjul en 1998.

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