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A ocho años del terror bajo tierra en el Metro

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Era el último lunes de octubre de 2014. Como de costumbre, en cada inicio de semana, Francis Alberto González Gil escogió una elegante camisa y pantalón de vestir para ir a su puesto de trabajo como diseñador gráfico, en un reconocido grupo comercial de Santo Domingo.

La madre del entonces joven de 30 años aguardaba su salida con una taza de chocolate de desayuno, que terminó arruinando su vestimenta del día.

Llegó con retraso al medio de transporte que, como miles de dominicanos, escogía por su rapidez y comodidad cada mañana: el Metro de Santo Domingo, específicamente la segunda línea, inaugurada en 2013. Le cogió lo tarde, como se dice en buen dominicano, al cambiarse los pantalones por unos jeans y la camisa por un t-shirt.

Otro retraso

Mientras bajaba las escaleras, con paciencia, porque considera una imprudencia y riesgo correr en una estación de transporte, veía cómo se retiraba el vagón que quizás le hubiese correspondido tomar si tan solo hubiera ido un poco más deprisa.

Esperó por el siguiente tren en dirección al kilómetro 9 de la Autopista Duarte. A pesar de la hora, encontró caras conocidas con la misma rutina en el vagón M-1279. Luego de entrar por la puerta más cercana al conductor, se acomodó en una esquina cercana a la segunda puerta contraria a por donde entró.

Actitud extraña

Pero algunas tres estaciones después, alguien desconocido ingresó. Todos lo observaron de forma extraña luego de que forzara la puerta, que ya se cerraba, para entrar por un vagón que ni siquiera le correspondía. Algunos de los presentes le reprendieron, mientras se ubicaba cerca de la cabina de la conductora.  Francis solo observó el comportamiento nervioso con el que entró este joven de 20 años, mientras estaban en la parada Manuel de Jesús Galván. Entre las estaciones siguientes, Mauricio Báez, en la escuela República Dominicana, y la Ramón Cáceres, en la avenida Duarte, sucedió algo nunca antes visto en este sistema de transporte.

Mientras se acomodaba los audífonos para escuchar música, Francis notó que el joven de comportamiento sospechoso encendió una mecha.

“Yo, sinceramente, en el momento no pensé que la intención de él fuera agredir a todos; yo no pensé que la intención era la de atentar contra la vida de los presentes”, narra Francis sobre este episodio que cambió su vida.

De inmediato dio la voz de alarma a todos los presentes, pero en cuestión de segundos tenía una mochila con fuego y cargada con sustancias flamables sobre él, más una mirada cargada de ira por parte del atacante. Eran alrededor de las 8:30 de la mañana, los estados somnolientos de quienes iban camino a sus centros de estudios o trabajos impidieron que los presentes advirtieran el ataque y, mucho menos,  reconocieran quién lanzó lo que, más adelante, las investigaciones determinaron que “era una especie de bomba molotov casera” en la mochila, según Francis.

El diseñador gráfico tropezó con la mochila cuando intentó correr de la agresión.

“No sé cómo la gente me pasó por el lado y no me pisó; yo me estaba quemando, el fuego estaba al lado mío”, cuenta Francis Alberto antes de recordar lo único que le pasó por la mente mientras las llamas consumían su piel y ropa: “Dios mío, no me dejes morir aquí, mi hijo nace en diciembre (…) no me puedo morir aquí”.

Los periódicos recogieron testimonios de ese momento con expresiones como: “Ese tipo estaba tranquilo, caminando con fuego por el pasillo”. Desde ese momento, Francis González fue tildado como el causante de lo que fue catalogado por autoridades como un acto terrorista, pero lo que la gente no sabía que sólo intentaba salvarse.

“Me paré rápidamente y empecé a apagarme yo mismo, a darme golpes en el cuerpo”, dice. En su intento de apagar las llamas rodó por el piso de los tres vagones, sin mucho éxito. Pero no era cualquier sustancia lo que se quemaba, sino gasolina y ácido, este último llegó a afectarle una de sus piernas.

Sus gritos de auxilio fueron obviados por aquellos que buscaban desesperadamente una salida y fue un señor con discapacidad visual, que se resguardaba debajo de un asiento, quien le socorrió.

Fue esa barrera la que le permitió a este maestro de rehabilitación ver en Francis a una víctima más, pese a su discapacidad, a quien le dijo: “Quédate ahí tranquilo, que nos van a venir a buscar”. Al no vidente no le bastó darle palabras de aliento a quien perdía la piel de su cuerpo, la cual resbalaba “como mantequilla”, sino que tomó su mochila y, tanteando, apagó lo que aún quedaba del incendio.

Así terminó siendo el herido que resultó con quemaduras más profundas durante el atentado al Metro de Santo Domingo, y por varias horas, dice que algunas ocho, “el terrorista del Metro”.

Mientras que Frank Kelin Holguín, responsable de la tragedia y quien purga una condena de 35 años, se mantuvo prófugo hasta el día siguiente, tras emprender la huida.

Sepa más

Imputado.

Frank Kelin Holguín, responsable de la tragedia y quien purga una condena de 35 años, se mantuvo prófugo hasta el día siguiente tras emprender la huida.

Identificación.

Una imagen captada por el circuito de cámaras de vigilancia del sistema ferroviario permitó identificar a Holguín. El joven fue interceptado por un oficial del Cuerpo Especializado para la Seguridad del Metro (Cesmet) al salir corriendo y sin camisa de la parada más cercana al tramo en donde la conductora, por protocolos de seguridad, detuvo el vagón ante la alerta del incendio. Registros periodísticos detallan que al menos 11 camiones del Cuerpo de Bomberos de Santo Domingo, 15 ambulancias del 9-1-1 y más de cien socorristas actuaron ese día.

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