Vestidas con pulcritud y alimentadas con templanza, la humildad y mansedumbre es la corona de gloria que adorna su frente.
La sinceridad en sus palabras es la expresión de verdad y suavidad donde, con obediencia, encontramos un remanso de paz y felicidad como recompensa.
Ni decir de la prudencia con el dedo del silencio sobre sus labios, hacedor de sabiduría.
La bondad encarnada en su pecho nos alivia el camino de alcanzar el afecto de los demás.
En la casa, sus órdenes con buen juicio nos representan el mayor capital para elegir las buenas decisiones.
No se envanecen en la prosperidad; en cambio, en la adversidad curan nuestras heridas con la virtud de su paciencia.
Y qué decir de las calamidades que alivian con sus consejos y caricias la conciliación de nuestros sueños.
Las que tenemos con nosotros debemos preservarlas con el alimento del respeto y las que se nos fueron, recordarlas como entes de lucha para formarnos y así lograr nuestras realizaciones con dignidad, apoyados en el respeto mutuo y la firme convicción de que en la fe en Dios, está la salvación y la vida.